Investigadores responsables Pedro Mege, Olaya Sanfuentes

Patrimonio Cultural y Estéticas de la Identidad


Las comunidades indígenas andinas, tales como quechuas y aymaras, en el Norte Grande, se hallan muy vinculadas a las llamadas fiestas patronales, con particular énfasis en San Santiago, y la preservación de la fiesta pasa por que estas comunidades intentan patrimonializar la festividad desde la iglesia, la imagen del santo, la música, la danza y formas performativas de ritualidad.

Sin embargo, San Santiago, en los tiempos de la conquista española, era el santo de la guerra, blandido como el protector de los soldados imperiales mientras batían indígenas a su paso. Desde nuestros días, por cierto, luce extraño que algunas comunidades indígenas hayan adoptado al santo dentro de su panoplia de divinidades. “Hay una síntesis entre la divinidad europea como Santiago ‘mata indios’ y la solución indígena de una divinidad que los defiende de agentes externos, españoles y republicanos, algo muy táctico”, dice Pedro Mege, investigador a cargo de esta investigación junto a la también académica de la línea Olaya Sanfuentes. En este sentido, la Iglesia participa, pero no se apropia. Dentro del rito hay un momento de la Iglesia, muy acotado, de la celebración de Santiago. A través de estos arreglos mantiene el control sobre la divinidad, con todo tipo de cruzamientos de lo cristiano.

En estas celebraciones, que se llevan a cabo en pueblos altiplánicos como Toconce, Macaya, Belén, Machuca y Río Grande, lo más importante es el gesto político. Una práctica de lo sagrado que se traslada a un ámbito de lo político y se transforma en patrimonio. “Esto es nuestro y sobre estas cosas vamos a actuar en términos de la preservación y la conservación patrimoniales. El valor de la memoria se vuelve a instalar para que esa práctica se transforme en una acción determinada con un objetivo específico de fortalecer a la comunidad, y sobre todo en términos de identidad”, apunta Mege. Necesariamente, dentro de la estrategia de la comunidad estuvo la articulación de una síntesis muy inteligente y la selección de divinidades que permitían mantener ciertos contenidos esenciales para la comunidad. Ahí está, por ejemplo, la Pachamama, que es una síntesis mariana, cristiana, con contenidos sagrados asociados a las divinidades femeninas vinculadas con la fertilidad. Hay un enlace del rito mariano, la Virgen, la luna, laSemana Santa, con la tradición precolombina. Santiago, por ejemplo, era una divinidad asociada con la lluvia y el trueno, de origen europeo y castizo.

A principios y mediados del siglo XX, dados los procesos de modernidad y secularización, se supuso que estas fiestas irían decreciendo en magnitud y significado. A esto se suman las migraciones que han dejado en muchos pueblos altiplánicos una pequeña población compuesta en su mayoría por niños y adultos mayores. Sin embargo, las festividades han aumentado su intensidad, ya que miles de personas mantienen un vínculo con el lugar y la fiesta, reforzando su identidad en términos de pertenecer y celebrar a su santo. “Las personas vuelven a sentirse particulares y especiales, cada vez hay más participación. Contra todo cálculo, estas fiestas se han hecho cada vez más fuertes, y quienes sienten un vínculo con el lugar sienten la obligación de ir al menos tres o cuatro veces al año, a comer, a celebrar al santo que de alguna manera nuclea y le da sentido a la celebración. Se activa esa comunitas”, asevera Pedro Mege.